miércoles, 12 de noviembre de 2014


El árbol de los recuerdos
Max se va

Llegó por correo, lo que duplica la emoción, un libro maravilloso de la alemana Britta Teckentrup, ilustradora que vive en Berlín, autora de más de cuarenta libros para niños. Es la edición en inglés, The Memory Tree; ya la tradujo como El árbol de los recuerdos la editorial Nube Ocho, que tiene en su catálogo varios libros para niños desde tres años sobre experiencias como la falta, el aburrimiento, la tristeza.
Un zorro que ama la vida sabe que debe morir, y se tumba en un claro del bosque. Lo cubre la nieve. Baja un búho, que llora por perder a su amigo. De a uno van llegando los animales, están tristes y lo recuerdan contando sus momentos felices y cotidianos. Lo extrañan. Entonces, en el lugar donde se tendió el zorro brota un árbol. Es naranjo, como el zorro; mientras más lo recuerdan, el árbol crece hasta ser el más lindo del bosque y cobijar a todos los animales.
El libro de partida acepta la muerte y ante la pérdida habla, comparte; si el amor supera la tristeza, pasan las penas; si hablamos entre todos, construimos armónicamente. Pensar en la muerte, en lo que no tendremos, es difícil, pero juntos nos afirmamos. Con las palabras y con los demás, la muerte es renacer, no una terminación sino una entrega a la vida de todos, de todo.
La enseñanza de este libro precioso me hace recordar uno opuesto, Max se va, de Erio Gherg y Jörg (Takatuka), menos bonito pero no por eso menos admirable.  Explica algo más difícil aún, la injusticia y la necesidad de irse, de romper con los demás. Después de ser acusado de haberse comido al mejor amigo del pato, un guarisapo –que nunca fue comido, sólo se hacía vuelto sapo–, el cuervo es juzgado por el rumor general (chancho, caballo, vaca, oveja, perro; miran a lo lejos un gato y un topo) y encerrado en la jaula del conejo. Días después se dan cuenta de que es inocente y lo liberan, pero Max se va. Es una gran felicidad cuando Max se libera y se va.

Por Marcela Fuentealba, mamá de Josefa, periodista y editora de Hueders Libros

http://www.brittateckentrup.com/old_website/news.htm
http://nubeocho.com/index.php/es/


martes, 20 de mayo de 2014


“El Sapo y la canción del Mirlo” Max Velthuijs
Sobre hechos de la vida y sentimientos difíciles
Mi hija trajo a la casa el libro “El Sapo y la canción del Mirlo” de Max Velthuijs. Como siempre, quiso que se lo leyera de inmediato y al hacerlo me encontré con una situación para nada nueva, pero que esta vez me dejó pensando. El cuento trata sobre un Mirlo que aparece tendido en el pasto y que es encontrado por animales que se preguntan qué le habrá pasado. Enseguida pensé que el pajarito estaba muerto, pero tenía la extraña esperanza de que no fuera así. En concordancia con mi sentimiento, los animales del cuento piensan que tal vez está durmiendo, o que se encuentra enfermo, y sólo el último se acerca para anunciar con toda naturalidad que el Mirlo estaba muerto y que debían enterrarlo.
Confieso que mientras lo leía pensaba, casi sin darme cuenta, si podría encontrar una palabra que “suavizara” la palabra muerte en caso que ese fuera el desenlace y, claro, me resultaba espontáneo porque más de una vez lo había hecho en algún relato que me había parecido poco adecuado para la edad de mi hija. No hubo necesidad porque la Beatriz se adelantó y ella misma dijo “el pajarito está muerto mamá”. Sentí alivio de no haber alcanzado a deformar el cuento, pero me quedé con la impresión de haberme complicado más de la cuenta. Y quizás me compliqué porque hablar de la muerte no dista mucho de hablar de sexualidad, que aún estando en las antípodas, uno es el límite de la vida y el otro en el comienzo de la misma, ambos parecen inquietarnos al momento de hablarlos con nuestros hijos. Se nos dice que los tratemos con naturalidad, que respondamos aquello que nos pregunten con verdad y acotándolo a lo preguntado, pero lo cierto es que (al menos es lo que yo pienso) se trata probablemente de algunos de los temas más enormes de la vida y sobre los cuales los hombres y mujeres nos interrogamos desde el principio de los tiempos.
En el cuento los animales se entristecen, lo entierran cariñosamente y luego, de un modo profundamente infantil, en el mejor sentido de la palabra, deciden irse a jugar pues la vida vale la pena de ser vivida. Me pareció una solución ingenua para mis cánones adultos, pero al mismo tiempo propone un devenir circular donde la vida y la muerte se alternan para ofrecer siempre nuevas oportunidades para no quedar detenidos en la melancolía.
Quizás el temor es a interrumpir, truncar o torcer la idea de una infancia libre de sentimientos difíciles, como si nuestras hijas e hijos no estuvieran familiarizados con el sufrimiento. Pero lo están; incluso si todo ha resultado más o menos bien, igualmente la vida los envuelve de experiencias profundas: las ansiedades de separación, la pérdida, los celos, las envidias, la exclusión, en fin. Nuestros niños no necesitan ser abstractos para ser profundos y tal vez nuestra tarea es encontrar modos particulares de ir acompañándolos y no subestimándolos en esta carrera sin vuelta de complejización de su vida emocional.

Mónica Vergara Monte-Alegre, mamá de Beatriz Contreras, Psicóloga clínica.

jueves, 24 de abril de 2014




Libros de Satoshi Kitamura
Un gato tiene sueño, pero no encuentra donde dormir: la sala está llena de cosas, al lado tocan música, la cocina es caótica, el baño es húmedo, en el muro de jardín hay otros gatos; al fin encuentra a la niña que lo lleva al sillón para leer un libro y él se enrosca contento en su falda. Un perro tiene sed: va por el parque y encuentra una manguera seca, un charco sucio, una fuente muy alta, un estanque muy bajo; al fin, cuando parece a punto de saltar sobre el vaso de un niño, se pone a llover y el perro abre feliz la boca. Probablemente han visto estos libros (editados por FCE, a la mano en librerías), y a sus hijos les gusten, y es interesante especular por qué.
Las historias de Kitamura siempre muestran dificultades, imposibilidades, urgencias, que se resuelven con sencillez. Para los niños parece ser un gran alivio ver que cosas tan normales como dormir o tomar agua pueden no ser fáciles, y que buscar la salida permite mirar el mundo, hasta que la solución, es tan inesperada como natural. El caos no es una amenaza y la indecisión sirve para el juego.
Otro libro genial de Kitamura es el enorme ¿Qué le pasa a mi cabello?, en el que un león estupefacto se despierta urgido por arreglar su melena para una fiesta. Parte al peluquero, una jirafa que le propone peinados de flor, nido, ola, pulpo, tallarines, helado, cohete y estrella. Estos pelos inverosímiles son propios del humor de los niños y de los espacios que adoran: el parque, la comida, el mar, el espacio. Al fin, en la fiesta, el león sonríe y al lado el enorme calado del libro permite al niño meter su cabecita; también propone fabricar con papel una melena propia.
Kitamura (Tokyo, 1956) ha ilustrado más de cincuenta libros para niños, la mitad escritos por él. No tuvo estudios formales de arte, que le significaban diez años como aprendiz, y desde los 18 trabajó por cuenta propia. En 1979 se fue a Londres, donde más de veinte editoriales rechazaron su trabajo, hasta que en 1983 logró publicar y obtuvo sucesivos éxitos. Sus cuentos e ilustraciones han sido animadas por la BBC y han recibido numerosos premios. Algo de su historia de vida parece haber en estos libros, como en el último publicado en castellano, Igor, El pájaro que no sabía cantar (2012): todos dicen que Igor es un pájaro muy desafinado, tanto que deja el canto, pero al final, como siempre, hay una salida. Esta vez es alguien que aprecia lo raro que él es. En algunas partes la historia es tan desalentadora y triste que mi hija pregunta dónde está la mamá de Igor…  pero termina cantando, como si escuchara a ese tordo solitario y dulce que encuentra a un amigo.


Por Marcela Fuentealba, mamá de Josefa, periodista y editora de Hueders Libros

miércoles, 2 de abril de 2014



Dos libros de Jutta Bauer


Jutta Bauer es una ilustradora alemana que, tras pasar muchos años de trabajo con textos de otros autores, decidió comenzar a escribir e ilustrar sus propias historias. Con Madrechillona ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil de Alemania en 2001. Varios libros suyos han sido publicados en España por la editorial Lóguez. Entre ellos, estos dos.

Una pequeña casa en el bosque cuenta una historia muy simple, muy bonita, con poco texto y excelentes dibujos. Un ciervo vive solo en medio del bosque. A su casa llega un conejito, desesperado, porque lo persigue un cazador. El ciervo lo acoge y le da la mano. Más tarde llega un zorro, por la misma razón, y, aunque el conejito le tiene miedo, el ciervo los hace darse la mano y terminan los tres como grandes amigos, jugando a las cartas y compartiendo casa y comida. Pero más tarde llega el cazador con su perro, que piden ayuda porque están a punto de morir de hambre. El ciervo repite el gesto: todos se dan la mano y comparten un gran pastel de zanahoria. Es entonces una linda historia que pone el acento en la amistad, en la solidaridad y en la posibilidad de superar las diferencias. Como dato adicional, cada personaje se presenta en una estación distinta del año, lo que permite que los pequeños lectores aprendan sobre cómo se manifiestan los cambios en la vegetación y el paisaje con el paso de los días.

La reina de los colores es uno de los primeros y más lúdicos trabajos de Jutta Bauer. Malwida, la reina de los colores, aparece en blanco y negro en las primeras páginas y va llamando a sus súbditos, que se comportan de maneras inesperadas: si el azul es calmado y cubre el cielo, el rojo es indómito y peleador; cuando el amarillo se toma el espacio, ocurre que puede ser muy grosero y se pelea con Malwida, que en su enojo confunde los colores y todo se vuelve gris hasta que con sus lágrimas los despierta de nuevo y juegan hasta quedar agotados. El trazo del dibujo es muy simple cuando se trata de Malwida y cada color se presenta con lo típico que hace un niño sobre una hoja de papel: ¡muchas rayas que parecen no significar nada, pero que para ellos tienen nombre y forma! Dice la autora, en una entrevista, a propósito de las lágrimas de Malwida, que "para resolver los conflictos hay que pasar primero por la tristeza o el dolor". Es cierto, los niños lo aprenden, y este libro puede ayudar a explicar mejor el paso de una emoción a otra y cómo el llanto puede ser, a veces, un gesto liberador. Ojo, en todo caso: el libro es, sobre todo, juguetón, divertido, alegre y, por supuesto, con un final feliz de varias páginas y casi sin palabras. 

Por Rodrigo Pinto, papá de Facundo y crítico literario