jueves, 11 de agosto de 2016

Recomendamos estos libros publicados desde fines del 2015 hasta el día de hoy.
Sus autores son papás, mamás, ex alumna y ex apoderados del jardín Azulillo!










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miércoles, 5 de agosto de 2015




Hilderita y Maximiliano      
Fernando Krahn
Kalandraka, 2004

Hace algunos días unos amigos le regalaron a Crescente, nuestro hijo mayor, un libro que, a pesar de su antigüedad, creo que vale la pena recomendar. La entrañable historia que el gran artista e ilustrador chileno Fernando Krahn (1935-2010) publicó por primera vez ya en el año 1968, Hilderita y Maximiliano, nos transmite un mensaje especialmente valioso a los padres y a nuestros hijos en la actualidad, considerando que nuestras familias se desenvuelven en una sociedad que cada vez se hace más competitiva, ambiciosa y exitista.
Los protagonistas del cuento son una pareja de chinitas que se enamoran a primera vista y pasan sus días disfrutando de la vida, hasta que deciden casarse y celebrar su matrimonio con una fiesta. Como Marqués y Marquesa, Hilderita y Maximiliano se despiden de su antigua vida y de sus amigos para emprender un largo viaje volando por los aires, pretendiendo llegar hasta la Luna. Sin embargo, las nubes y las tormentas no tardan en presentarse, así que se ven obligados a interrumpir su vuelo para protegerse en la rama de un árbol. Cuando pasa el mal tiempo, una estrella les comunica que pronto se convertirán en papá y mamá. Tras el nacimiento de sus diez chinitas, Hilderita y Maximiliano olvidan por completo su viaje a la Luna, porque encuentran la felicidad volando de rama en rama, de árbol en árbol, a pocos metros de la tierra, con toda su prole.
Mientras leíamos el cuento junto a Crescente, mi marido y yo empezamos a intercambiar miradas de sorpresa, porque nos sentimos cercanamente identificados con la historia de esta pareja de chinitas: empezamos a pololear muy jóvenes, viajamos, fuimos a fiestas y gozamos despreocupadamente de todo lo que vida nos ofrecía. Después nos casamos y también decidimos emprender un viaje y dejar nuestra vida aquí para ir a estudiar al extranjero, sintiendo que éramos libres y que podíamos llegar muy lejos. En Barcelona las fiestas, los viajes y los amigos se multiplicaron, y a pesar de que tampoco tardaron en aparecer contratiempos, sentimos que era el momento de tener hijos. Con el nacimiento de Crescente la vida nos cambió abruptamente, como nos pasa a todos. Al principio pensamos que las fiestas, los viajes, los amigos y los libros habían desaparecido como por arte de magia, y que todo había llegado a su fin. Pero a medida de que pasaron los meses de pronto nos dimos cuenta de que el mundo seguía intacto y que éramos nosotros los que nos habíamos olvidado de todo lo demás; de que esos primeros meses -tan maravillosos como intensos- del puerperio, no eran un paréntesis en nuestro viaje, porque ya no pretendíamos llegar a ninguna otra parte, experimentando con ello una real sensación de libertad frente a cualquier límite u objetivo impuesto… estábamos donde teníamos y queríamos estar, haciendo lo que teníamos y queríamos hacer, sin importar en qué latitud del universo, porque nos habíamos encontrado a nosotros mismos y nuestra vida había cobrado pleno sentido.
La historia narrada e ilustrada por Fernando Krahn, Hilderita y Maximiliano, no nos habla del “sacrificio” o la “renuncia total” con que muchas veces se apellida injustamente la paternidad y la maternidad, sino que, desde la otra orilla, describe con sutileza el modo en que la generosa entrega y el amor absoluto que los hijos despiertan en sus padres nos permiten habitar una dimensión sin límites ni fronteras. Leer y mirar este cuento con nuestros niños nos abre a la posibilidad de expresarles y agradecerles a ellos la extraordinaria experiencia de transformación que su llegada ha traído a nuestras vidas.

Daniela Picón. Mamá de Crescente y Olivia Ugalde.


lunes, 29 de junio de 2015

Niño Gaspar, que viene del mar
Eduardo Guerrero del Río
Recrea Libros, 2014

Hace muchísimos años, una “adivina” me señaló que yo iba a ganar mucho dinero si me dedicaba a escribir literatura infantil. Pasaron los años, publiqué varios libros (entre ellos, tres de poesía) y no me animaba a hacerle caso a la adivina. Cuando nació mi primer nieto, Cristóbal, hace ocho años, escribí una especie de diario de vida, “Confesiones a mi nieto” (publicado en una edición reservada), en el que día tras día, desde su primer día de vida hasta que cumplió un año, le contaba sobre su crecimiento, sobre mi vida y sobre lo que estaba pasando en el mundo.  Y cinco años después, nace Gaspar, en ese momento mi tercer nieto. Nace en el agua, en un parto que ocasionó un cierto revuelo y que, incluso, tuvo una cobertura en la televisión. Y comencé a escribir mi primer libro de poesía infantil, “Niño Gaspar, que viene del mar”, compuesto por treinta poemas hermosamente ilustrados por Maritza Piña. En este poemario, escrito con el amor de abuelo, se entrecruzan algunas preocupaciones de mi vida de escritor, fundamentalmente la que se relaciona con el tema del lenguaje, con lo lúdico, con el juego de las palabras y de las imágenes. Sin duda, ha sido una experiencia más que gratificante, incluyendo la publicación en una editorial especializada en literatura infantil; el hermoso lanzamiento realizado el año pasado en el Instituto Cultural de Las Condes, en donde participaron mis dos nietos mayores (Cristóbal y Agustín) leyendo algunos poemas, en donde mi hija Macarena preparó una intervención teatral, en donde la premiada poetisa María José Ferrada dijo hermosas palabras y en donde por más de una hora estuve firmando libros para una audiencia infantil. Al principio, no tenía mayor conciencia de por qué el título del libro, más allá del aspecto fónico, de la rima entre Gaspar y mar; después, me di cuenta de que reflejaba el propio nacimiento de mi nieto, que sale del mar para llegar a irradiar ternura y alegría a quienes lo queremos. Espero que esta experiencia de escribir para niños continúe. Lo que sí me ha sorprendido mucho es la acogida que ha tenido este poemario, sobre todo por niños que les piden a sus madres que les lean los poemas. Por tanto, esta es una invitación para que conozcan este libro nacido no solo de mi interés por la escritura sino más que nada, nacido del amor.

Eduardo Guerrero del Río

Abuelo de Gaspar Guerrero

martes, 16 de junio de 2015



Cuentos sobre lo diferente

Casualmente, durante dos semanas consecutivas, mi hija trajo a la casa dos libros que trataban de lo mismo: la reacción de las personas ante aquel que se nos aparece como venido de “afuera”.

En “La otra orilla” de Marta Carrasco, los niños deciden conocerse pese a estar separados por un río y pertenecer a pueblos distintos. Son latinos y europeos que poseen algunas diferencias raciales y culturales, pero también algunas similitudes fundamentales. El sentimiento que parece animar a los padres es el miedo, atribuyédole al de la otra orilla todo tipo de connotaciones negativas que sólo pueden verse desmentidas en la posibilidad de un encuentro donde quepa la intimidad.

En “El sapo y el forastero” de Max Velthuijs, los animales  hacen lo posible por expulsar a un recién llegado al que le suponen los males del infierno. Sus supuestas costumbres echarían a perder las supuestas idoneidades del pueblo. Sólo el sapo hace caso omiso de las advertencias y con cautela se acerca al extranjero, descubriendo en él las diferentes texturas de quien se ha abierto al mundo y que, por ende, ya ni siquiera se ofende demasiado con los rechazos  pues probablemente los entiende como ignorancias pueblerinas. Los aportes de este ratón afuerino terminan por permear las rigideces del pueblo, pero él debe a su vez seguir su camino.

Mis hijas tienden a ser conservadoras, les gustan las rutinas, las comidas conocidas, escuchan discos hasta rayarlos y ven películas hasta memorizarlas. En fin, no me parece que por el sólo hecho de ser niñas les sea fácil lidiar con la novedad. Sin embargo, porque todos hemnos sido testigos de cómo esas tendencias pueden permanecer inmutables en un ciudadano adulto, es que creo en el valor de intentar trabajar esta musculatura desde la infancia. Pequeñas experiencias de diversidad, invitaciones sin presión a vivenciar lo nuevo, conversaciones sobre tener ganas de rechazar y al mismo tiempo de temor a ser rechazado, cuentos que los ayuden a identificarse con ambos lados de un encuentro entre distintos, me parecen oportunidades particularmente nutritivas para remover ese deseo aparentemente tranquilizador de quedarnos en la comodidad de lo conocido.


Por  Monica Vergara, psicòloga y mamá de Beatriz y Camila Contreras.  


miércoles, 12 de noviembre de 2014


El árbol de los recuerdos
Max se va

Llegó por correo, lo que duplica la emoción, un libro maravilloso de la alemana Britta Teckentrup, ilustradora que vive en Berlín, autora de más de cuarenta libros para niños. Es la edición en inglés, The Memory Tree; ya la tradujo como El árbol de los recuerdos la editorial Nube Ocho, que tiene en su catálogo varios libros para niños desde tres años sobre experiencias como la falta, el aburrimiento, la tristeza.
Un zorro que ama la vida sabe que debe morir, y se tumba en un claro del bosque. Lo cubre la nieve. Baja un búho, que llora por perder a su amigo. De a uno van llegando los animales, están tristes y lo recuerdan contando sus momentos felices y cotidianos. Lo extrañan. Entonces, en el lugar donde se tendió el zorro brota un árbol. Es naranjo, como el zorro; mientras más lo recuerdan, el árbol crece hasta ser el más lindo del bosque y cobijar a todos los animales.
El libro de partida acepta la muerte y ante la pérdida habla, comparte; si el amor supera la tristeza, pasan las penas; si hablamos entre todos, construimos armónicamente. Pensar en la muerte, en lo que no tendremos, es difícil, pero juntos nos afirmamos. Con las palabras y con los demás, la muerte es renacer, no una terminación sino una entrega a la vida de todos, de todo.
La enseñanza de este libro precioso me hace recordar uno opuesto, Max se va, de Erio Gherg y Jörg (Takatuka), menos bonito pero no por eso menos admirable.  Explica algo más difícil aún, la injusticia y la necesidad de irse, de romper con los demás. Después de ser acusado de haberse comido al mejor amigo del pato, un guarisapo –que nunca fue comido, sólo se hacía vuelto sapo–, el cuervo es juzgado por el rumor general (chancho, caballo, vaca, oveja, perro; miran a lo lejos un gato y un topo) y encerrado en la jaula del conejo. Días después se dan cuenta de que es inocente y lo liberan, pero Max se va. Es una gran felicidad cuando Max se libera y se va.

Por Marcela Fuentealba, mamá de Josefa, periodista y editora de Hueders Libros

http://www.brittateckentrup.com/old_website/news.htm
http://nubeocho.com/index.php/es/