“El Sapo y la
canción del Mirlo” Max Velthuijs
Sobre hechos de
la vida y sentimientos difíciles
Mi hija trajo a la casa el libro “El Sapo y la canción del
Mirlo” de Max Velthuijs. Como siempre, quiso que se lo leyera de inmediato y al
hacerlo me encontré con una situación para nada nueva, pero que esta vez me
dejó pensando. El cuento trata sobre un Mirlo que aparece tendido en el pasto y
que es encontrado por animales que se preguntan qué le habrá pasado. Enseguida
pensé que el pajarito estaba muerto, pero tenía la extraña esperanza de que no
fuera así. En concordancia con mi sentimiento, los animales del cuento piensan
que tal vez está durmiendo, o que se encuentra enfermo, y sólo el último se
acerca para anunciar con toda naturalidad que el Mirlo estaba muerto y que
debían enterrarlo.
Confieso que mientras lo leía pensaba, casi sin darme
cuenta, si podría encontrar una palabra que “suavizara” la palabra muerte en caso que ese fuera el
desenlace y, claro, me resultaba espontáneo porque más de una vez lo había
hecho en algún relato que me había parecido poco adecuado para la edad de mi
hija. No hubo necesidad porque la Beatriz se adelantó y ella misma dijo “el
pajarito está muerto mamá”. Sentí alivio de no haber alcanzado a deformar el
cuento, pero me quedé con la impresión de haberme complicado más de la cuenta. Y
quizás me compliqué porque hablar de la muerte no dista mucho de hablar de
sexualidad, que aún estando en las antípodas, uno es el límite de la vida y el
otro en el comienzo de la misma, ambos parecen inquietarnos al momento de
hablarlos con nuestros hijos. Se nos dice que los tratemos con naturalidad, que
respondamos aquello que nos pregunten con verdad y acotándolo a lo preguntado,
pero lo cierto es que (al menos es lo que yo pienso) se trata probablemente de
algunos de los temas más enormes de la vida y sobre los cuales los hombres y
mujeres nos interrogamos desde el principio de los tiempos.
En el cuento los animales se entristecen, lo entierran
cariñosamente y luego, de un modo profundamente infantil, en el mejor sentido
de la palabra, deciden irse a jugar pues la vida vale la pena de ser vivida. Me
pareció una solución ingenua para mis cánones adultos, pero al mismo tiempo
propone un devenir circular donde la vida y la muerte se alternan para ofrecer
siempre nuevas oportunidades para no quedar detenidos en la melancolía.
Quizás el temor es a interrumpir, truncar o torcer la
idea de una infancia libre de sentimientos difíciles, como si nuestras hijas e
hijos no estuvieran familiarizados con el sufrimiento. Pero lo están; incluso
si todo ha resultado más o menos bien, igualmente la vida los envuelve de
experiencias profundas: las ansiedades de separación, la pérdida, los celos,
las envidias, la exclusión, en fin. Nuestros niños no necesitan ser abstractos
para ser profundos y tal vez nuestra tarea es encontrar modos particulares de
ir acompañándolos y no subestimándolos en esta carrera sin vuelta de complejización
de su vida emocional.
Mónica Vergara Monte-Alegre, mamá de Beatriz Contreras, Psicóloga clínica.